viernes, 6 de enero de 2012

No era un tipo listo pero estaba cansado.

Y cuando el cansancio es tal que supera al tedio, agudiza el ingenio.

Pedro tenía motivos de sobra para estar cansado. Seguramente no más que cualquier otra persona, pero un día se vio reflejado en el espejo y sintió la presión de una mandíbula de cocodrilo alrededor de su cráneo. Supo en ese mismo instante que la mandíbula se cerraría cada día un poco más hasta terminar por exprimirle como a una naranja cualquiera. También supo que una vez exprimido tendría poco sentido seguir mirándose en el espejo.

Incluso para Pedro había llegado el momento de reaccionar. Su organismo respondió violentamente activando sectores del cerebro ancestralmente aletargados. La luz de alarma parpadeó una vez. El encargado del tambor arengó a los remeros y la lógica jugó su mejor baza.

Las maquinaciones absurdas tuvieron hijos bastardos muy agraciados.

Tenía un plan. Una maquinación que aún siendo plausible demostraba la inutilidad del ser humano para resolver conflictos.

Una bandada de Lemmings se dedicó a tejer una idea de dos bocas más roja que negra. Pedro fue diligente: trabajó, respondió en el hogar y ante las amistades y renovó el contrato con Telefónica. Poco a poco fue desviando fondos a una caja de latón. Nadie dudada de la fiabilidad de Pedro como fuerza de trabajo, sin embargo él tenía su pirámide particular que construir.

Recuperó las cenizas de su abuela, guardadas en una urna que descansaba en la mesa de comedor de su tía, y las sustituyó por las de un gato que había encontrado muerto en un arcén. Era sorprendente que pese a que sus masas originarias fuesen distintas, ocupasen más o menos lo mismo en formato ceniza. También aprovechó para quemar una chaqueta y unos pantalones suyos.

Eligió una ventana y una hora. El ventanal del dormitorio recibía directamente la luz del sol durante casi toda la mañana. En verano era un hervidero. Se acostumbró a que le vieran sentado en ese rincón de la casa.

Cuando las pequeñas inconsistencias cuajaron imperceptiblemente con la cotidianidad, Pedro instintivamente se vio más cerca del clímax.

Una tarde de mayo su mujer entró en el dormitorio y se encontró una montañita de cenizas calcinadas en lugar en el que esperaba ver a su marido.

Ella aprendió algo que tardó mucho tiempo en entender.

Pedro tardó poco en comprender que prefería el Margarita con el hielo picado.