viernes, 13 de enero de 2012

Definitivo como un mordisco.

¿Te acuerdas de aquello que te dije sobre los farolillos de gas en mis sueños? Pues estaba escrito. Formaba parte de un poema o algo parecido. No sé cuando, pero lo había escrito en una hoja amarilla parecida a las de las Moleskine pero con los bordes rectos. Lo había hecho con un bolígrafo azul casi sin tinta. Tenía un tachón en forma de platillo volante. Casi podría dibujarlo de nuevo. Casi. Pero no puedo. No recuerdo más que una frase. No consigo ver más que una mancha borrosa. Dicen que no se puede leer en sueños, así que debo recordar el papel como una ensoñación. Pero existió. Ahora ni siquiera puedo saber si sigue existiendo, si está dentro de algún libro o se perdió en la papelera hace meses.


Pierdo más cuentos y poemas de los que conservo. No los pierdo de una forma literaria o metafórica, simplemente los abandono o me abandonan en un momento difuso que después no puedo concretar. Podría llegar a pensar que soy un escritor de fondo de cajón, o de butaca de tren, o de prospecto médico. A veces pienso que hay alguien leyendo mis cuentos e incluso guardándolos en algún lugar haciendo así que vuelvan a la vida por un tiempo, pero en realidad sé que no es así. Nadie lee los papeles perdidos. Nadie siente intriga cuando lee un verso. Nadie se detendría el tiempo suficiente como para descifrar una letra alargada y manchada.


Y seguro que no soy el único que pierde palabras por las esquinas. No, tiene que haber más como yo. Personas que escriben en papeles arrancados de las paredes, en servilletas, en páginas de libros, en manos atrapadas en un bar. Y si es así, el mundo debe tener un montón de estrofas e historias barridas bajo la alfombra. Debe ser un libro fragmentado escrito con infinitas caligrafías que vierten impúdicamente intimidades abandonadas.


Cuando me dedico a pensar seriamente en ello, digamos durante más de un minuto y menos de cinco, llego a creer que esos no son mis cuentos perdidos. Que son los únicos cuentos verdaderos, los que pasaron a formar parte de un ente mayor. No importa que nadie los lea. Quizá sean los cuentos que hayan logrado escaparse de la libreta.


Siempre escribo con la música puesta para no oír los gritos de las palabras deseando huir.

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