domingo, 29 de enero de 2012

Una (im)probable historia de Miguel Roig



Creo haber encontrado el patrón de una historia compleja entre la infinita maraña de ideas de la cabeza de Miguel Roig. Como un astrónomo, busco coherencias fractales en la explosión de caracteres de las paredes. Estoy casi seguro de tener entre manos la primera constelación mental, aunque no soy capaz de determinar en qué punto se fusionan los recuerdos y la imaginación. La historia, sencilla en argumento, es en realidad reveladora de alguna de las pulsiones y entresijos que bien pudieran haber conducido a la explosión craneal.


Espero que del análisis y descubrimiento de una serie de constelaciones mentales pueda llegar a explicar un suceso que sigue pareciendo demasiado grotesco para ser estudiado con seriedad.


He unificado las ideas en una serie de categorías complejas que forman un árbol de subcategorías, tales como tema, tiempo verbal o tono.


La primera coherencia es la que he dado en llamar Constelación John Fante. Ideas como Fante, Kerouac, Bukowski, Los Ángeles, asco, leer, edad, etc, etc se conjugan en una idea con sentido tanto narrativo como interno.


Trataré de narrar los hechos con la mayor fidelidad posible a las anotaciones.


Hoy he comprado un libro de John Fante con las tapas amarillas y sabor a limón agrio. De vuelta a casa una página salió volando y emigró a tierras más cálidas. Lo leí sentado en una silla de cocodrilo con un guacamayo sirviendo Bloody Marys. No me gustó. Me hirió. El prólogo de Bukowski era mejor que el contenido y emitía sonidos de Los Ángeles y lloraba tinta verde.


Me recordó al pasado, a Kerouac saltando de un tren y a En el Camino pero los pasos eran sobre barro húmedo y asqueroso. No soporté el peso de las palabras repetidas y manidas que venían de un pasado sobreescrito a apabullarme con frases que ya había superado. Una hoguera con olor a vino tinto crepitaba pidiendo una mano perdida.


Sentí el asco de no sentir lo que ya había sentido.


Lo intenté leer una y otra vez. Pensaba que podría avanzar pero el túnel se había vuelto una espiral de agujeros negros y cada página era igual a la anterior pero distinta a la siguiente. El amarillo de la portada tenía motas blancas...



Es imposible determinar el momento en que una historia deriva en otra, pero sólo con estos datos pueden extraerse algunas conclusiones interesantes.


Miguel Roig concebía la vida como una especie de vaso de agua tendente a la saturación. Todas las adiciones hechas existiendo espacio libre en el vaso son bienvenidas, sin embargo las que llevan a rebosar contenido crean una nausea intelectual y emocional por no contar con un mecanismo efectivo de desagüe. En este caso concreto, la lectura de la generación Beat crea en Miguel Roig la sensación de que cualquier otra escritura similar ocupa un espacio mental no contenido en su cráneo, aumentando la presión, eso sí, en valores casi microscópicos.


Sigo investigando constelaciones a la espera de un conocimiento más profundo.

lunes, 23 de enero de 2012

Los males menores



En el año 2046 se produjo un cambio muy sutil en el núcleo de la tierra. Nadie se percató de ello hasta años después. La fuerza de la gravedad habla descendido casi imperceptiblemente. La tierra perdió en el transcurso de un par de micras de segundo una minúscula parte de su fuerza atractora.

Sólo hubo una modificación sustancial de la estructura vital (se extinguieron varias especies marinas de profundidad, pero nadie reparó en ello), el peso de las circunstancias se redujo drásticamente afectando principalmente a los recuerdos malditos y las obligaciones vencidas. Hay quien se descubrió parcialmente liberado y quien no sintió cambio alguno en su rutina diaria. Un hombre acudió desnudo al trabajo y cuando le increparon por ello sólo encogió los hombros en un acto displicente.

El profesor Johannes Fritsch lo explica así:

La inexplicable mutación, cuyas magnitudes son del orden de ridículas, afecta solamente a los elementos terrestres que carecen de masa tangible. Así es incapaz de suponer cambios en las menores motas de polvo o los átomos más dispersos.

Tras muchas investigaciones he descubierto que únicamente las circunstancias aglutinan las características adecuadas para ver su naturaleza determinada por el cambio. Los cuerpos pesan, la materia pesa, pero las ideas solo están atadas al ser humano por un fino hilo gravitatorio. Ese es el motivo principal del abandono de la carrera espacial, la potencial deshumanización gradual proporcional a la separación de la tierra.

Por ahora el cambio no tiene potencialidad para resultar problemático. Simplemente constataremos algunas modificaciones en las escalas de valores y algunos procesos de amnesia autoinducida. No es buena época para firmar hipotecas conjuntas.

Solo existe una posibilidad de desastre. Un segundo impacto. Otro descenso de la gravedad de similares proporciones quebraría totalmente la unión entre el peso de las circunstancias personales y el ente humano en si. El resultado supondría un salto evolutivo hacia una nueva especie amoral y hedonista.

Afortunadamente, si en 4.600 millones de años no presenciamos un evento similar, es probable que no se repita al menos en los próximos 80 años. Esto nos libra de todo mal.

domingo, 22 de enero de 2012

Las ideas de Miguel Roig

El otro día leí en un periódico que a Miguel Roig le explotó el cerebro y que sus ideas quedaron adheridas a las paredes de la habitación en un collage de unidades inconexas. La explosión fue tan violenta que los restos orgánicos se esfumaron sin dejar rastro y sólo las ideas, transformadas en líneas de texto permanecieron en nuestra dimensión. Los caracteres negros y burdos, con tipografías propias de la Bauhaus no seguían un patrón lógico. Había palabras que ocupaban casi una pared entera, y frases eternas que convivían en la barriga curva de una b minúscula.


Retiraron sus zapatos y su ropa y colocaron un cordón rojo para que nadie tocase las paredes. Por suerte la habitación estaba casi sin amueblar y aparentemente no se había perdido información.


Conseguí un pase especial para presenciar el espectáculo. Un guardia de seguridad cerró la puerta a mi espalda. Me coloqué en el exacto lugar de la explosión señalizado con una X roja. A mi alrededor, todos los pensamientos de Miguel Roig esperaban ser comprendidos. Varios centíficos habían tratado de encontrar la relación entre los conceptos impresos, todos ellos sin éxitos. Muchas universidad ultimaban proyectos punteros que darían un vuelco al estudio del ser humano.


Yo era un afortunado con un tío en el gobierno y una libreta.


La sala parecía decorada con papel pintado. No había señal alguna que determinase el orden en el que habían salido las ideas. Parecía una explosión compleja llena de rebotes. Algunas palabras estaban invertidas y pocas conservaban la misma orientación. Había pocos nombres propios y algún dibujo. Detalles de arte ascii.


Apunté algunas ideas sin orden de preferencia:


Rebeca.

Cuatro dedos para seis manos.

Sopa de ajo con sabor a mermelada regada con sirope.

Sándalo sin olor.

Un tiranosaurio comiendo perdices una mañana de verano.

(o) (o)

Caimanes sin piel mirando cinturones en un escaparate.

Catacumba

Modisto con melena de cinta métrica.

¡Sinsalabím!

Asdf

Los ciegos eligen camisas naranjas y pantalones rojos porque van a un entierro.

Uñas de tela.

Heráclito.


Cuando tenía unas cuantas busqué detalles autobiográficos que pudiesen resultar significativos, sin caer en prejuicios sobre su veracidad:


A los tres años se me cayó un ojo al suelo porque estaba espiando tras una puerta y metieron la llave.

Saqué un tres en matemáticas y lo redondee en un ocho.

Me duele la cabeza y creo que va a explotar.

No creo que pueda explotar.

Definitivamente sí puede.

(Me tomé la libertad de ordenar estas frases en un posible orden cronológico)

Compré un cartón de huevos y no había nada dentro de las cáscaras.


Seguí con títulos de películas con faltas de ortografía:


Pulp Ficción

Casa Blanca

(o) (o) (Me apeteció repetirlo)


Hice muchas más anotaciones, pero no creo que nadie quiera leerlas.




viernes, 20 de enero de 2012

Han robado la estatua por caridad
porque era demasiado buena.

El bronce brillaba tanto
que deslumbraba a los conductores,
las oficinistas olvidaban volver al trabajo,
y los paseantes chocaban con los cuellos torcidos.

El resto de estatuas miraban,
o intentaban mirar,
con envidia férrea.

Yo no pude ver la estatua.
Cuando llegué sólo había
un cordón policial, una placa
y un agujero en el suelo.

Y gente paseando.

martes, 17 de enero de 2012

Marisa fenómeno circense.

Marisa tiene tres manos para
arañar, empujar y acariciar
al mismo tiempo.
Se ha comprado dos guantes
uno de roca y otro de fuego.
La tercera mano queda libre
para el sentido del tacto.

Marisa nada y guarda la ropa,
es la envidia del perro del hortelano
y el sueño de los indecisos.

Siempre recordaré a Marisa,
la mujer de tres manos y dos guantes.

viernes, 13 de enero de 2012

Definitivo como un mordisco.

¿Te acuerdas de aquello que te dije sobre los farolillos de gas en mis sueños? Pues estaba escrito. Formaba parte de un poema o algo parecido. No sé cuando, pero lo había escrito en una hoja amarilla parecida a las de las Moleskine pero con los bordes rectos. Lo había hecho con un bolígrafo azul casi sin tinta. Tenía un tachón en forma de platillo volante. Casi podría dibujarlo de nuevo. Casi. Pero no puedo. No recuerdo más que una frase. No consigo ver más que una mancha borrosa. Dicen que no se puede leer en sueños, así que debo recordar el papel como una ensoñación. Pero existió. Ahora ni siquiera puedo saber si sigue existiendo, si está dentro de algún libro o se perdió en la papelera hace meses.


Pierdo más cuentos y poemas de los que conservo. No los pierdo de una forma literaria o metafórica, simplemente los abandono o me abandonan en un momento difuso que después no puedo concretar. Podría llegar a pensar que soy un escritor de fondo de cajón, o de butaca de tren, o de prospecto médico. A veces pienso que hay alguien leyendo mis cuentos e incluso guardándolos en algún lugar haciendo así que vuelvan a la vida por un tiempo, pero en realidad sé que no es así. Nadie lee los papeles perdidos. Nadie siente intriga cuando lee un verso. Nadie se detendría el tiempo suficiente como para descifrar una letra alargada y manchada.


Y seguro que no soy el único que pierde palabras por las esquinas. No, tiene que haber más como yo. Personas que escriben en papeles arrancados de las paredes, en servilletas, en páginas de libros, en manos atrapadas en un bar. Y si es así, el mundo debe tener un montón de estrofas e historias barridas bajo la alfombra. Debe ser un libro fragmentado escrito con infinitas caligrafías que vierten impúdicamente intimidades abandonadas.


Cuando me dedico a pensar seriamente en ello, digamos durante más de un minuto y menos de cinco, llego a creer que esos no son mis cuentos perdidos. Que son los únicos cuentos verdaderos, los que pasaron a formar parte de un ente mayor. No importa que nadie los lea. Quizá sean los cuentos que hayan logrado escaparse de la libreta.


Siempre escribo con la música puesta para no oír los gritos de las palabras deseando huir.

jueves, 12 de enero de 2012

Limits of control

Yo llevé los granos de café
y tu unos dedos finos y afilados
para molerlo.

El agua hirvió sola en
una fuente de aluminio.

Tus labios se hundieron
en el líquido negro y ardiente
más buscando que bebiendo.

Dijiste:

No hay iguanas al fondo
ni posos con forma de herradura.

Sólo un interrogante
dibujado en la mesa con carmín.

Yo contesté:
Sólo hay animales absurdos
que se niegan a existir.

Pájaros gordos y sin ganas
de volar o nadar.

Pero había más cosas en un metro
que en el resto del planeta.

No eran paredes sino magnetismo
fronterizo que, en vez de expulsar,
atraía sin resistencia.

Seguiste hablando:
El tiempo corre si tu
quieres que lo haga.
Hasta ese punto llega la relatividad.

Yo asentí confundido
sin saber si el tiempo era
todo o nada,
o, en cualquier caso,
dónde estaba el reloj.

Aún así queriendo detenerlo
para mirarte un poco más.

viernes, 6 de enero de 2012

No era un tipo listo pero estaba cansado.

Y cuando el cansancio es tal que supera al tedio, agudiza el ingenio.

Pedro tenía motivos de sobra para estar cansado. Seguramente no más que cualquier otra persona, pero un día se vio reflejado en el espejo y sintió la presión de una mandíbula de cocodrilo alrededor de su cráneo. Supo en ese mismo instante que la mandíbula se cerraría cada día un poco más hasta terminar por exprimirle como a una naranja cualquiera. También supo que una vez exprimido tendría poco sentido seguir mirándose en el espejo.

Incluso para Pedro había llegado el momento de reaccionar. Su organismo respondió violentamente activando sectores del cerebro ancestralmente aletargados. La luz de alarma parpadeó una vez. El encargado del tambor arengó a los remeros y la lógica jugó su mejor baza.

Las maquinaciones absurdas tuvieron hijos bastardos muy agraciados.

Tenía un plan. Una maquinación que aún siendo plausible demostraba la inutilidad del ser humano para resolver conflictos.

Una bandada de Lemmings se dedicó a tejer una idea de dos bocas más roja que negra. Pedro fue diligente: trabajó, respondió en el hogar y ante las amistades y renovó el contrato con Telefónica. Poco a poco fue desviando fondos a una caja de latón. Nadie dudada de la fiabilidad de Pedro como fuerza de trabajo, sin embargo él tenía su pirámide particular que construir.

Recuperó las cenizas de su abuela, guardadas en una urna que descansaba en la mesa de comedor de su tía, y las sustituyó por las de un gato que había encontrado muerto en un arcén. Era sorprendente que pese a que sus masas originarias fuesen distintas, ocupasen más o menos lo mismo en formato ceniza. También aprovechó para quemar una chaqueta y unos pantalones suyos.

Eligió una ventana y una hora. El ventanal del dormitorio recibía directamente la luz del sol durante casi toda la mañana. En verano era un hervidero. Se acostumbró a que le vieran sentado en ese rincón de la casa.

Cuando las pequeñas inconsistencias cuajaron imperceptiblemente con la cotidianidad, Pedro instintivamente se vio más cerca del clímax.

Una tarde de mayo su mujer entró en el dormitorio y se encontró una montañita de cenizas calcinadas en lugar en el que esperaba ver a su marido.

Ella aprendió algo que tardó mucho tiempo en entender.

Pedro tardó poco en comprender que prefería el Margarita con el hielo picado.