Han robado la estatua por caridad
porque era demasiado buena.
El bronce brillaba tanto
que deslumbraba a los conductores,
las oficinistas olvidaban volver al trabajo,
y los paseantes chocaban con los cuellos torcidos.
El resto de estatuas miraban,
o intentaban mirar,
con envidia férrea.
Yo no pude ver la estatua.
Cuando llegué sólo había
un cordón policial, una placa
y un agujero en el suelo.
Y gente paseando.
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