miércoles, 20 de febrero de 2013

Paredes, sillones y marcos




Ha pintado las paredes de gris,
un gris de muro de ciudad vieja
con vetas anaranjadas.

Ha colocado un sillón azul oscuro
que refleja la luz de la televisión
y permite que el murmullo reverbere.

Todo mezclado, los cuadros, los muebles.
Todo lo de siempre, tan repetido
que ya no huele como solía hacerlo

Y todo tan grave como una rendija mal cerrada,
un pijama raído o una tarde dormida.

viernes, 1 de febrero de 2013

Conclusiones de un bigote belga



...en definitiva, de eso es de lo que hablo, Hastings. No puede haber una imagen más descriptiva que la del vaso de agua en una terraza al sol. A eso se reduce todo, a un vaso de agua. Mírate a ti mismo, en la cocina de tu casa, eligiendo el vaso más grande que encuentres en los estantes. Ese que te regalaron en un supermercado para hacer batidos. Casi medio litro, una maravilla. Abres el grifo y esperas que el agua salga lo más fría posible, como si sirviese de algo. Parece una tontería, pero piensas que todos los factores contribuyen.
Llenas el vaso hasta el borde, aprovechando que las leyes de la física te permiten que el agua sobresalga de los límites del cristal formando un óvalo muy suave, casi imperceptible. Caminas hasta la terraza, respirando profundamente a cada paso para mantener el equilibrio y evitas chocar con el escalón de la puerta corredera de cristal. Durante un segundo tienes la tentación de colocar el vaso a la sombra, entre dos plantas de albahaca. Al final, te avergüenza hacer trampas y lo dejas sobre la balaustrada, sufriendo desde lo alto la inclemencia del sol.
Después vuelves a entrar en casa e intentas olvidarte del asunto pero, claro, es imposible. No aguantas más de una hora sin salir a mirar el vaso, que sigue rebosando. Tus células grises, que no saben nada, de misericordia, te recuerdan que, aunque todavía no sea perceptible, ya ha comenzado el proceso.
Quizá tardes más en darte cuenta de lo que puedas pensar de antemano. Lo más probable es que te sorprendas, mi querido Hastings. Aunque supieras que no podría ser de otro modo. En algún momento dado saldrás a mirar el vaso y sentirás que antes estabas ciego. Dos dedos de líquido se han evaporado. Enteros. Parece imposible que no hayas visto el proceso, que no hayas sabido verlo hasta que falta suficiente agua como para regar un cactus. A partir de entonces, y no quiero ser pesado, seguirás viendo cómo el agua se esfuma en tramos, imparable. Mirarás el sol con ojos desafiantes y terminarás implorando la llegada de las nubes. Pero el verano se acerca y contra las estaciones no hay nada que puedas hacer. Cuanto más abracen los atardeceres, más te lamentarás. ¿Por qué has sacado el vaso? ¿Por qué no lo has dejado al abrigo de la albahaca, recibiendo alguna que otra gota de rocío?
Y el proceso sigue. Medio vaso, un tercio, una cuarta parte. Y no va a llover, ya lo dijo el hombre del tiempo. Es tarde hasta para volver atrás y fingir que no ha ocurrido nada. Sólo puedes sentarte y mirar, sentir como el sudor que se enreda en tus cejas tiene mucho que ver con lo que estás viendo.
La última gota desaparecerá en cuanto gires la cabeza o parpadees fuerte porque tienes los ojos secos. Cuando vuelvas a mirar tendrás un vaso vacío. O eso creerás al principio, porque no lo estará del todo. Se ha evaporado el agua pero la cal, la mugre, los minerales, y todos esos aditivos de los que no quieres oír hablar, se habrán quedado pegados al vidrio. Tan pegados que cuando limpies el vaso con un estropajo de metal, sólo conseguirás arrancarle el brillo y dejarlo mellado para siempre, desconchado entre los demás vasos, que esperan no tener que ser los próximos.
Esto es lo que creo que ha pasado, Hastings. Estoy seguro de haberte convencido porque no consigues encender el mechero. Eso es lo que le ha ocurrido a Mr. Green y por eso es el culpable de...

martes, 25 de diciembre de 2012

Un iglú sin vistas

Quiero un iglú
en el que quepa un Dodo,
no mucho más grande
pero con pasillos y escaleras
en los que esconderse.

Quiero un iglú
sin ventanas ni puertas
con un libro de hielo
y páginas afiladas.

Quiero un iglú,
mejor en el norte
mejor en invierno
mejor cuanto más pronto.

viernes, 1 de junio de 2012

He visto cosas...



Es esa calle, doctor.
¿Cuál?
La que aparece en todos mis sueños.
Descríbamela.
¿Otra vez?
Siempre es distinta.

Es mi calle sin nombre,
Mi calle de aceras estrechas y un carril
Con sus farolas rotas y los neones que las suplen.
La humedad y el calor reaccionan con los noodles
La cerveza forma charcos y las cenizas nadan.
Hay dados que golpean las paredes de los casinos
Y sombras que, o amenazan, o seducen
según se mire el callejón.

Siga, por favor.

Hay tráfico de coches negros y motocicletas viejas
Las tiendas sólo se pueden mirar con el rabillo del ojo
Y los bares sólo tienen puerta de entrada.

¿Cómo es la gente?

Monjas que no rezan, cuero y tachuelas
Melenas, cabezas afeitadas, argollas y carmín.
Medias rotas y medias nuevas.
Dos chinos fumando inmóviles y vendiendo fruta.
Un ciego viejo con gabardina.
Demasiada gente para pocos ojos.

¿Y qué suena?

Motores, susurros, lamentos, gritos, radios antiguas,
Alarmas, cañones, metal, seda, musica amortiguada
que huye por las puertas entreabiertas.
Ninguna voz reconocible.

¿Es de día o de noche?

La noche es rojiza e iluminada aunque no hay estrellas
Ni luna arriba. Nunca sé si amanece o acaba de morir la tarde.

¿Y usted?

Yo miro y tomo notas.

martes, 3 de abril de 2012

Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto.



Me recetaron alforfones
antes de llegar a ser la hostia en vinagre.

El hombre del plan alzó su cabeza
y sopló y resopló hasta darse con un escalón.
Su bata cubría la muerte del cuerpo
y las cortinas cubrían la muerte de Denver.

Sin saber qué he hecho, o incluso,
qué he dejado de hacer,
piso a fondo el acelerador
para no facilitar la caza.

Si me dan alforfones que sea en el desierto
y no frente a la cafeteria.

domingo, 29 de enero de 2012

Una (im)probable historia de Miguel Roig



Creo haber encontrado el patrón de una historia compleja entre la infinita maraña de ideas de la cabeza de Miguel Roig. Como un astrónomo, busco coherencias fractales en la explosión de caracteres de las paredes. Estoy casi seguro de tener entre manos la primera constelación mental, aunque no soy capaz de determinar en qué punto se fusionan los recuerdos y la imaginación. La historia, sencilla en argumento, es en realidad reveladora de alguna de las pulsiones y entresijos que bien pudieran haber conducido a la explosión craneal.


Espero que del análisis y descubrimiento de una serie de constelaciones mentales pueda llegar a explicar un suceso que sigue pareciendo demasiado grotesco para ser estudiado con seriedad.


He unificado las ideas en una serie de categorías complejas que forman un árbol de subcategorías, tales como tema, tiempo verbal o tono.


La primera coherencia es la que he dado en llamar Constelación John Fante. Ideas como Fante, Kerouac, Bukowski, Los Ángeles, asco, leer, edad, etc, etc se conjugan en una idea con sentido tanto narrativo como interno.


Trataré de narrar los hechos con la mayor fidelidad posible a las anotaciones.


Hoy he comprado un libro de John Fante con las tapas amarillas y sabor a limón agrio. De vuelta a casa una página salió volando y emigró a tierras más cálidas. Lo leí sentado en una silla de cocodrilo con un guacamayo sirviendo Bloody Marys. No me gustó. Me hirió. El prólogo de Bukowski era mejor que el contenido y emitía sonidos de Los Ángeles y lloraba tinta verde.


Me recordó al pasado, a Kerouac saltando de un tren y a En el Camino pero los pasos eran sobre barro húmedo y asqueroso. No soporté el peso de las palabras repetidas y manidas que venían de un pasado sobreescrito a apabullarme con frases que ya había superado. Una hoguera con olor a vino tinto crepitaba pidiendo una mano perdida.


Sentí el asco de no sentir lo que ya había sentido.


Lo intenté leer una y otra vez. Pensaba que podría avanzar pero el túnel se había vuelto una espiral de agujeros negros y cada página era igual a la anterior pero distinta a la siguiente. El amarillo de la portada tenía motas blancas...



Es imposible determinar el momento en que una historia deriva en otra, pero sólo con estos datos pueden extraerse algunas conclusiones interesantes.


Miguel Roig concebía la vida como una especie de vaso de agua tendente a la saturación. Todas las adiciones hechas existiendo espacio libre en el vaso son bienvenidas, sin embargo las que llevan a rebosar contenido crean una nausea intelectual y emocional por no contar con un mecanismo efectivo de desagüe. En este caso concreto, la lectura de la generación Beat crea en Miguel Roig la sensación de que cualquier otra escritura similar ocupa un espacio mental no contenido en su cráneo, aumentando la presión, eso sí, en valores casi microscópicos.


Sigo investigando constelaciones a la espera de un conocimiento más profundo.

lunes, 23 de enero de 2012

Los males menores



En el año 2046 se produjo un cambio muy sutil en el núcleo de la tierra. Nadie se percató de ello hasta años después. La fuerza de la gravedad habla descendido casi imperceptiblemente. La tierra perdió en el transcurso de un par de micras de segundo una minúscula parte de su fuerza atractora.

Sólo hubo una modificación sustancial de la estructura vital (se extinguieron varias especies marinas de profundidad, pero nadie reparó en ello), el peso de las circunstancias se redujo drásticamente afectando principalmente a los recuerdos malditos y las obligaciones vencidas. Hay quien se descubrió parcialmente liberado y quien no sintió cambio alguno en su rutina diaria. Un hombre acudió desnudo al trabajo y cuando le increparon por ello sólo encogió los hombros en un acto displicente.

El profesor Johannes Fritsch lo explica así:

La inexplicable mutación, cuyas magnitudes son del orden de ridículas, afecta solamente a los elementos terrestres que carecen de masa tangible. Así es incapaz de suponer cambios en las menores motas de polvo o los átomos más dispersos.

Tras muchas investigaciones he descubierto que únicamente las circunstancias aglutinan las características adecuadas para ver su naturaleza determinada por el cambio. Los cuerpos pesan, la materia pesa, pero las ideas solo están atadas al ser humano por un fino hilo gravitatorio. Ese es el motivo principal del abandono de la carrera espacial, la potencial deshumanización gradual proporcional a la separación de la tierra.

Por ahora el cambio no tiene potencialidad para resultar problemático. Simplemente constataremos algunas modificaciones en las escalas de valores y algunos procesos de amnesia autoinducida. No es buena época para firmar hipotecas conjuntas.

Solo existe una posibilidad de desastre. Un segundo impacto. Otro descenso de la gravedad de similares proporciones quebraría totalmente la unión entre el peso de las circunstancias personales y el ente humano en si. El resultado supondría un salto evolutivo hacia una nueva especie amoral y hedonista.

Afortunadamente, si en 4.600 millones de años no presenciamos un evento similar, es probable que no se repita al menos en los próximos 80 años. Esto nos libra de todo mal.