jueves, 15 de septiembre de 2011

Serie Jack Vettriano II




Mrs June se quita el traje de falda y chaqueta Calvin Klein, y como recambio selecciona un vestido negro de Jean Paul Gaultier. Es ajustado, y de una tela gruesa y elástica que parece una segunda piel. Los tacones son tan afilados que asustan. No va a salir de la mansión. No va a haber invitados.

Su vestidor es amplio y sagrado. Tiene un espejo alargado y se arregla el pelo intentando no perderse en su propia mirada.

En el dormitorio espera la doncella, con una bandeja de plata y la espalda forzadamente estirada. Mrs June pasa de largo, observando como al otro lado de la ventana, el jardín es devorado por la espesura del bosque.

El silencio inunda cada pasillo, forzado y ultrajado por los anchos muros de piedra.

La sala de proyección sólo tiene una butaca. No hay alfombra sobre el suelo de madera. El mayordomo se acerca con un cigarrillo y una copa, que Mrs June acepta mecánicamente. Enciende el mechero con unos dedos tan elegantes como fuertes, y bebe con unos labios tan afilados como los tacones.

El mayordomo cierra la puerta con llave. Mrs June mira al frente, mientras la película empieza a girar crepitando. No hay altavoces.

La imagen aparece, y Mrs June brilla un poco.

Los nudillos del mayordomo se reblanquecen bajo los guantes. Quiere apartar la mirada pero no puede.

Mrs June quiere que él tambien mire.

martes, 6 de septiembre de 2011

Serie Jack Vettriano I





Cuando vuelvo en el Volvo por la noche, las luces de los edificios manchan el cielo de naranja. Parece un atardecer congelado en su último estertor. Prefiero que llueva, porque apenas consigo mantener una línea de contacto con el exterior, y las alfombrillas del parabrisas me sumen en un plácido sueño.

Tengo la chaqueta negra estirada en el asiento trasero, con una mancha de mostaza en el borde de la manga. El teléfono parpadea en el manos libres, suplicando mi atención. La radio sólo emite un zumbido.

Un semáforo en rojo y un pedal de freno. Es viernes. Una pareja cruza la calle de la mano. A unos pasos, les sigue un indigente que come patatas fritas de una bolsa marrón. No se si les mira a ellos, o a las huellas que dejan a su paso.

En el asiento del copiloto hay una carpeta verde, llena de papeles, y bajo ella, una bolsa de plástico de supermercado con varios dosieres más. Cada uno de ellos es una reunión, un comité ejecutivo, una taza de té. En mis sueños, las salas de juntas son nidos de palomas rodeados por serpientes.

Me duele el cuello, y deberían dolerme las rodillas. Odio los faxes.

Veo las luces de los pubs, y a la gente que fuma apoyada en los quicios de las puertas. No me miran, pero ven la estela gris de mi coche perderse entre el vacío asfalto de la noche. Abro la ventanilla y siento la cálida brisa veraniega con olor a ciudad. Siento una falsa libertad. Saber que es falsa me deprime.

Mi ascensor tiene el suelo de marmol y las paredes de madera. Está siempre perfumado. EL sillón de piel ya no guarda la forma de mi culo, pero las colillas siguen rebosando en el cenicero.

Penumbra, olor a charol y seda. Hielo contra cristal. Mirada de abajo arriba. Mirada de arriba abajo. Pintalabios carmesí con sabor a guindilla.

Estoy en una casa decorada como mi despacho.