jueves, 24 de noviembre de 2011

Mirar con la boca

-Yo no le veo el sentido.

-Pues yo sí lo entiendo. Es muy interesante.


Las dos personas tienen los brazos cruzados para que el frio no se cuele por las mangas. Miran fijamente a lo que tienen delante. Están tan concentrados que no oyen el ruido de los coches. Ambos piensan detenidamente en lo que están viendo, ponderando todas y cada una de las implicaciones; amasando los pensamientos con la calma de una abuela.


-A mi sólo me parece grotesco.

-Y para eso está. Él entiende que lo grotesco habla más de nosotros que lo bello. Observa cómo nadie más es capaz de apreciar esta obra como lo estamos haciendo nosotros.

-Habla por ti.

-Te equivocas, desde que estamos aquí no has mirado a otro lado. Ni siquiera habrías hablado si yo no te hubiese interpelado directamente. Por incómodo que te parezca, de algún modo entiendes al artista.


Dan pequeños pasos, a un lado y al otro. Se agachan y se colocan de puntillas. Les gustaría tocarlo pero no lo hacen. Sospechan, pero es tan absurdo que no puede ser.


-Yo creo que deberían quitarlo.

-Siempre es de agradecer que los ayuntamientos se preocupen porque haya arte en las calles.

-Te digo que no es bonito de ver.

-¡Qué más da!

-A mi me importa. Vámonos.

-Bueno, pero déjame sacarle una foto primero. Quiero buscarlo luego en internet.


La cámara del teléfono chispea antes de volver a perderse en el bolsillo. Las dos personas se marchan caminando meditabundas.


Una mujer se acerca. Mira. Se horroriza. Grita.


-¡Manolo! ¡Hay un muerto en la acera!