sábado, 7 de febrero de 2009

Honesto y con descuento

“Diiiiiiiiing... Dooooooong”


-¿Quién es?- Respondió una voz cansada y, por lo que parecía, muy cerca de la puerta, casi con los carrillos pegados.

-Soy vendedor, ¿me puede abrir un momento?


Abrió una mujer redonda y pequeña, con una bata de flores azules cubriendo un pijama de saldo. Mostró su cabecita carente de toda gracia por la rendija de la puerta. Dejó la cadenilla puesta. El vendedor, con su traje de rayas y su maletín de imitación piel sonrió ante una presa manifiesta. Un par de minúsculos cuernos rojos parecían florecer en el pelo engominado.


-Verá, señorita, me gustaría mostrarle unos productos. A simple vista estoy seguro que le interesarán muchísimo.

-Ya tengo enciclopedia.

-No vendo enciclopedias, hablo de algo mucho más importante.


-No quiero vajillas, ni cuberterías... y mucho menos juegos de te. Tengo el que me regaló mi nuera hace dos navidades, de porcelana, con cucharitas de plata, una preciosidad oiga. Más bonito que el que les regalé cuando se casaron, hará ya diez años, aunque me de vergüenza reconocerlo. Era lo mejor en el momento, por mi marido que en paz descanse.


La mujer dio un paso atrás y meditó un padrenuestro.


-Si fuera tan amable de dejarme pasar podría explicarle mi producto. Estoy seguro de que cambiará su vida. Además, sólo por escucharme, se llevará usted un bonito obsequio.

-¿Gratis?

-Completamente, un precioso recetario.


Silencio. La puerta se cerró y volvió a abrirse, esta vez del todo.


Siguió a la mujer por un pasillo eterno y oscuro hasta un salón de muebles de caoba y sillones polvorientos. Probablemente no tuviera más de cincuenta años. Era más joven que los muebles. Había fotografías en blanco y negro por los estantes. Se sentaron alrededor de una pequeña mesa de cristal y el vendedor dejó su maletín con demasiada pompa ante la curiosa mirada de la mujer. Mantuvieron el silencio unos instantes.


-Tengo algo especial para usted, no es barato, eso por delante, pero también le aseguró que jamás le habrán ofertado algo parecido. ¿Me puede decir su nombre?

-Conchita.

-Conchita, dígame, ¿que le hace infeliz?

-¿La guerra y el hambre en el mundo?

-No diga esas cosas, ¿qué la hace infeliz a USTED?

-Pues no se hijo. Los años, la soledad, esta gordura que no me deja mover, los años perdidos, el ruido de la olla express, los peligros de la modernidad, la angustia de no saber que viene después, el precio de la fruta, los hijos que se fueron, el dolor de rodillas, el sillón con los brazos desgastados, los besos sin amor...

-A eso me refiero- El vendedor cortó el imparable chorro de Conchita que en aquel momento estaba empezando a pillar carrerilla- Tengo una solución para usted. Es parcial, no servirá para siempre ni para todo, pero de algo servirá. Tiene resultados garantizados, los estudios privados de la empresa lo avalan.

-No me tenga en ascuas, ¿que vende?

-Humo, vendo humo- Esperó, sabía mantener los silencios dramáticos- No del literal, simplemente vendo ilusiones. No le prometo solucionar sus problemas, de hecho es probable que no tengan solución y sólo pueda llegar a convivir con ellos.


Conchita no sabía que pensar, pero sólo imaginar la ilusión tenía su encanto. Además, le gustaba el traje del vendedor.


-Lo que yo le puedo dar es la posibilidad de que, al menos por un tiempo, pueda pensar que sus problemas se van a solucionar, que va a ser feliz. No olvide que la verdadera y eterna felicidad no se puede vender.

-¿Y eso me va a solucionar algo?

-Claro, del todo. La mayoría de la población, según las encuestas, no llega ni a bordear la felicidad. Saben que sus miserias no tienen solución y eso les atenaza. Yo le garantizó que creerá que puede ser feliz. Los productos anticalvicie se venden, aún a sabiendas de su inutilidad, eso es vender ilusión. Yo voy más allá, cubro todo su espectro de angustias, sólo tiene que anotarlas en esta lista...tómese su tiempo...

-¿Y si necesito más papel?

-Tengo una libreta entera.Firme aquí y en una semana recibirá su paquete por mensajería.

-Muchas gracias caballero.

-No olvide, doña Conchita, que ya puede empezar a ilusionarse con la llegada del encargo.

-Es verdad, estoy impaciente.


-¿Ve cómo funciona?