domingo, 2 de noviembre de 2008

Jodido Dr Vilches

Dolor de cabeza, nauseas, desorientación… demasiado para mi. Un túnel de urgencias rodeado de caderas fracturadas, comas etílicos y gente amontonada en camillas a los lados del pasillo. El verde es un color relajante, eso dicen los psicólogos, pero el verde rodeado de gritos y descontrol se parece bien poco al bucólico paisaje que aprendemos a imaginar cuando cerramos los ojos.

Esperé más de dos horas sobre una silla de plástico mal afianzada a la base y que se mecía como un balancín al ritmo de las traqueteantes rodillas de la mujer sentada a mi lado.

El doctor que me atendió llevaba las gafas a mitad del puente de la nariz y levantaba constantemente el cuello para poder enfocarme. Qué fácil habría sido empujar con un dedo y colocarse bien los anteojos, pero el hombre prefería andar revirándose.

Me sentó sobre la camilla, descamisado y con algo de frío. El hombre me auscultò, palpando con fuerza bajo las costillas y obligándome a retorcerme. También me tomó la tensión, sólo con el ánimo libidinoso de recordarme que debo dejar la sal y el café.

Volvió tras su mesa y con un gesto de la mano entendí que era el momento de volver a vestirme y prepararme para escuchar alguna cosa que con seguridad no me haría la más mínima gracia.

Lo dijo sin rodeos.

Los médicos son expertos en decir las cosas sin rodeos.

- Señor Sauras, usted tiene una Maruja dentro.

Así de tranquilo, sin pestañear.

-¡¿Cómo?!
-Eso, como un Alien, gestándose dentro de su tórax. Se encuentra mal porque está en crecimiento y usted no deja que se expanda.
-Parece terrible
-Sí, podría serlo… de no haberlo diagnosticado a tiempo.

Una esperanza al final del camino. Ahí vamos.

El tipo volvió a tumbarme en la camilla. Explicar cosas tranquiliza a los médicos, están entrenados para ello. Me explicó exactamente donde estaba, me dijo: “toque exactamente aquí, donde tengo mi dedo. ¿Siente algo duro? Es un rulo” Llegado ese momento decidí dejar de esperar que las cosas tuvieran sentido. No quedaba más que seguir con la historia.

- Es algo que no había visto en mi carrera, un caso excepcionalmente peculiar. Ocurre cuando el sujeto constriñe la vital necesidad de inmiscuirse en vida ajena. Es algo así como cuando aguanta las ganas de orinar y termina explotando por dentro.
-Ajá…
-Llegado este punto tiene dos opciones, la vía quirúrgica y la homeopática. Puedo extirparle la Maruja sin demasiado peligro, en un par de días podría llevársela a su casa dentro de una probeta.
-Eso suena raro…
-Lo es. Por otro lado también puede empezar a prestar un poco de interés en lo que ocurre a su alrededor, cómo hacemos las personas normales. Mirar un poco por la ventana del vecino, echar un ojo al buzón de la que sube al ascensor, ese tipo de cosas. En un par de semanas se encontraría perfectamente.
-Pero es que a mi no me interesa
-¿Qué más da? Sólo es empezar, una pregunta aquí, otra allá, y en nada de tiempo olvidará sus reticencias. Es más le voy a recetar un par de telenovelas después del almuerzo. Ya verá como estimulan su interés.
-¿Y el tema de respetar la intimidad?
-Eso es una tontería, usted dice que no le interesa, pero aún así lleva a cabo sus indagaciones. Tiene narices que tenga que explicarle estas cosas.

Y así me dejó. Me quedaba una decisión, bien operar y olvidarme, bien dejarme llevar por la corriente y aceptar la triste realidad.

Ya ha pasado un mes desde la consulta y me encuentro perfectamente. Soy mucho más sabio además, se cosas que el resto del mundo desconoce. Pasear por el barrio tiene ahora un nuevo componente que antes no disfrutaba.

Me he comprado un perro, es una buena forma de obtener información en el parque.

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