lunes, 10 de noviembre de 2008

Alf no quiere pollo

Lo sacaron a patadas.

Bueno, no exactamente a patadas, pero sí amablemente escoltado por los camareros que le siguieron con la mirada hasta desaparecer al final de la calle. Cómo si fuese un ladrón o un violento que hubiese formado un altercado en el restaurante. Y eso que únicamente se había dirigido con cortesía al maître.

En un restaurante con tres estrellas en la Guía Michelin y una mención especial en Zagat uno no espera ese tipo de atención violenta. Claro que no. En la página web se puede leer bien claro que ofrecen la carta más extensa, y su cocinero es capaz de cocinar con soltura cualquier plato que se encargase.

Así que Alf había reunido todos sus ahorros y tenía reserva desde hacía seis meses. Lo llevaba deseando desde su llegada a la tierra. El plato que recordaba con más placer, el que su madre preparaba el día de su cumpleaños. Su paladar lo rememoraba a menudo las tardes en que se veía obligado a agazaparse bajo el mostrador de la cocina de casa.

Lo encargó amablemente, por el pequeño espacio que quedaba libre entre la gabardina, abotonada hasta arriba, y el sombrero, suficientemente calado como para disimular el hocico.

-Me gustaría tomar siamés en su salsa. Sobre un lecho de boniatos, si pudiera ser.

-Creo que no he entendido bien.

Alf, con la paciencia adquirida mediante el continuado trato con los humanos, repitió despacio su orden, aclarando incluso los detalles más confusos en la preparación del minino. Esperaba poder ayudar un poco al cocinero con su excelente experiencia extraterrestre.

Después vino el maître, seguido del dueño y el cocinero jefe, alarmados por el extraño encargo. Le dijeron que era imposible, más aún que era inmoral. El cocinero dijo que nunca cocinaría gato. ¡Dios, era un animal de compañía! El extraterrestre enseñó la publicidad, en la que claramente se leía: Cualquier manjar que se le ocurra.

En el cuerpo gerente claramente había un criterio en contra de cocinar animales domesticados. Alf no lo entendía, en Melmac era uno de los platos más populares. Los humanos comían cosas terribles, vísceras animales en las que se almacenaba la orina, grasas saturadas químicas que se atascaban en las arterias, y un sinfín de cosas que retorcían todos los estómagos de Alf. Y algo tan sano como el gato estaba vetado por un extraño tabú.

Le ofrecieron pollo o conejo como sustito, pero aquello no tenía sentido. Alf señaló esperanzado el papel publicitario esperando que entraran en razón. En aquel momento el cocinero ya había montado en cólera, tomándose el asunto como una ofensa personal. El dueño estaba enfadado porque el extraño y peludo personajillo parecía estar poniendo en entredicho la integridad de su cocina.

La concienzuda y terca paciencia extraterrestre fue incomprendida en la tierra. Más aún, los camareros terminaron expulsándolo para evitar que diese mala fama al local. No admitían clientes con encargos tan ajenos al orden moral. ¿Qué sería lo siguiente? ¿Canibalismo?

Alf se fue, incomprendido, triste y algo ofendido.

Estaba lejos de su hogar, Melmac, y nadie, en un planeta tan grande y poblado se había preocupado jamás por comprenderlo.

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