En el callejón
entre las cajas y las latas
con los guantes agujereados
se esconde el viejo pianista.
Expulsado por la puerta trasera
del club que vio su brillo
y su fracaso
escuchando música de las rendijas.
Se calienta con un cubo en llamas
sus dedos, antes delicados
ahora agarrotados y torcidos
viejas glorias.
Un día cantó a Sinatra
hoy canta a los gatos
con voz rasgada
carcomida y triste.
El pianista sueña partituras
entre sus cartones
y colchas roídas.
El esmoquin sucio
pide clemencia
y el pianista
se muere por un abrigo.
Carteles de actuaciones
en las paredes
del callejón,
su nuevo hogar.
El pianista espera
su resurgir
que un manager
rompa su botella de ron
y devuelva su piano.
La ciudad es demasiado rápida
para el viejo músico
fosilizado entre ladrillos
rojos y húmedos.
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