jueves, 4 de agosto de 2011

Gothic




Las mañanas de los domingos están dedicadas al culto.

Los Spender rezan, saludan a los vecinos y participan en las actividades locales. Jeffrey es además el presidente de la cooperativa ganadera. A veces, después de misa, los feligreses almuerzan en el campo detrás de la iglesia. Cada hogar aporta lo que puede. Los pudientes llevan carne y embutidos, otros llevan pan casero y patatas hervidas. En la mesa desaparece cualquier distinción, al menos en apariencia.

Monica ayuda al resto de mujeres a colocar la mesa. Juntas, cosen y remiendan una mantelería comunitaria que cubre las mesas de un blanco manchado de retales. El césped se siega al amanecer y parece una alfombra brillante y mullida.

Los niños juegan bajo la sombra de un sauce, mientras las madres observan por el rabillo del ojo. Tratan de no hablar de niños delante de Mónica, pues es la única mujer del pueblo que no ha sido bendecida. Ella no se da cuenta de la delicadeza y símplemente pasa por alto el bullicio. Habría sido dificil explicar que los hijos son una opción y no una obligación. Su aspecto piadoso y contricto evita preguntas indiscretas.

Los Spender son un matrimonio modélico. Granjeros prósperos y ciudadanos respetables. El pueblo es pequeño y todo el mundo se conoce.

Durante la semana, la vida de la población es comunal. Los campos se aran en conjunto y los beneficios se reparten en función de la aportación. Las jornadas son tan extensas, que apenas existe el hogar. Sobre todo desde que la agricultura tecnológica amenaza seriamente sus cifras de producción. El pueblo permanece unido, y de la unión nace la supervivencia.

El cúlmen de la semana se encuentra en la misa de los domingos y las activiades posteriores. Cuando el sol se sitúa en lo alto, la mesa se recoge y cada familia vuelve a su casa. Los grupos se disgregan ramificándose por los senderos de tierra. Los Spender viven en la última casa de la calle principal y pasean sólos los últimos metros.

Cuando llegan a casa cierran todas las puertas con pestillo, aseguran bien las ventanas (construidas por el propio Jeffrey) que aislan el sonido, y descorren las cortinas de flores. También pasan las cortinas interiores de pesado terciopelo rojo. La casa se inunda de la crepitante penumbra de las velas.

Nadie molestará hasta el lunes, cuando salgan a trabajar como si nada.

Nadie se imagina lo que puede ocurrir en el hogar Spender los domingos por la tarde.

En el pueblo nadie tiene tanta imaginación.

1 comentario:

Ángela Burón dijo...

Me encanta. No podía haber otra historia detrás :)