jueves, 11 de agosto de 2011

Otra pincelada de letras





John La Farge

El verano pasado no fue en Marienbad, fue en los Hampton.

Y fue el mejor.

Antes de la Gran Guerra, antes de todo. Antes de tener que recoger tempestades.

Después de lo mejor no queda nada.

Viajamos en tren hasta la casa de la costa. Vivimos el atlántico desde la playa de arena blanca y sedosa. Entendimos que las consecuencias sólo sirven para quién entiende la importancia de las causas. Encendimos un fuego en las rocas y comimos pollo.

Los tres disfrutamos de todo lo que se pueda disfrutar, ajenos a las miradas obtusas de los pocos paseantes marchitos de la zona.

Nos desprendimos de los números y las formas, ni uno ni dos ni tres. Bebimos vino europeo, refrescado por el agua del mar e intentamos pescar sin cebo.

Abrimos todas las cortinas de la enorme mansión. Dejamos que el sol entrase por un lado y saliese por el otro. Nos acogimos al latido del rio que fluye inevitablemente pese a las piedras y los troncos.

Nos permitimos estar morenos y dorados, brillar por dentro y por fuera. Remamos, jugamos, saltamos y corrimos.

No leimos un sólo periódico.

Desayunamos zumo, tostadas y mermeladas de colores sobre manteles blancos de hilo.

Dejamos que el césped recién segado nos cortase entre los dedos de los pies.

Inventamos juegos que no podrían ser vendidos en una caja, ni repetidos en voz alta. Bebimos de la misma copa y bebimos sin copa.

Compartimos cuerpo, cuerpos, y mentes.

Fue un verano Be Bop, de tocadiscos y libros de aventuras. Hubo faldas con vuelo y shorts. Paseos y atardeceres buscando Europa al otro lado. No mirábamos el continente que se escondía a nuestra espalda.

Fue nuestro verano.

Con su larga y oscura sombra. Sin paréntesis.

Un verano de sembrar tormentas.


1 comentario:

Sandra Schaeffer dijo...

Podría decir muchas cosas, pero es siplemente Lovely. Como lo natural, como la libertad.

http://schaeffers30.blogspot.com/