Nadie limpia el despacho del detective cuando éste se ausenta.
Nadie mira los atardeceres de septiembre que se cuelan por las persianas venecianas, ni ve el polvo en suspensión que la imagen rojiza del sol pone en evidencia. El teléfono se agita sin desvío de llamadas.
Las paredes ocres ocultan sus impudicias bajo fotografías mal colocadas. El polvo se acumula en los resquicios de los marcos formando degradados de marrón que no debieran existir. Los recortes de periódico amarillean como si llevasen meses expuestos en un escaparate.
Nadie se preocupa de que los cuadros estén bien alineados.
Montañas de documentos, formando cordilleras imposibles recorren la asfixiante, aunque amplia estancia, los papeles de las carpetas de la base se escurren como pasta de dientes por la presión de las carpetas superiores. La base de las montañas está formada por casos olvidados y perdidos en la memoria del detective pero que aún forman parte de la vida diaria de personas igualmente olvidadas y perdidas. Las carpetas de la mesa están vivas o moribundas, aún coletean con tinta fresca y sienten de vez en cuando como los dedos del detective buscan cansadamente un dato obviado. El archivador metálico languidece en una esquina, testigo de su propia inutilidad. Al menos sobre el reposa un catus pequeño y redondo.
Nadie organiza los documentos del detective cuando los deja tirados a su paso.
Hay una botella de ron, con dos vasos anchos y bajos cubriendo los flancos. Pueden verse las huellas dactilares ya impresas sobre la superficie de cristal de uno de ellos. El borde del otro está dibujado por una línea gruesa y basta de carmín de labios rojo. Única prueba del paso de una mujer por el despacho del detective. El detective podría haber limpiado el vaso, es lo único que limpia. No lo a hecho para no ahogar el recuerdo de unos tacones, unas pantorrillas y unos labios nacidos en la oscuridad.
Nadie bebe con el detective.
Una gabardina raída, vieja y arrugada ya no merece ser sacada a la calle. Se oculta, como el detective, en la semipenumbra del despacho, esperando tiempos mejores.
Nadie limpia el despacho del detective cuando éste se ausenta.
Nadie mira los atardeceres de septiembre que se cuelan por las persianas venecianas, ni ve el polvo en suspensión que la imagen rojiza del sol pone en evidencia. El teléfono se agita sin desvío de llamadas.
Las paredes ocres ocultan sus impudicias bajo fotografías mal colocadas. El polvo se acumula en los resquicios de los marcos formando degradados de marrón que no debieran existir. Los recortes de periódico amarillean como si llevasen meses expuestos en un escaparate.
Nadie se preocupa de que los cuadros estén bien alineados.
Montañas de documentos, formando cordilleras imposibles recorren la asfixiante, aunque amplia estancia, los papeles de las carpetas de la base se escurren como pasta de dientes por la presión de las carpetas superiores. La base de las montañas está formada por casos olvidados y perdidos en la memoria del detective pero que aún forman parte de la vida diaria de personas igualmente olvidadas y perdidas. Las carpetas de la mesa están vivas o moribundas, aún coletean con tinta fresca y sienten de vez en cuando como los dedos del detective buscan cansadamente un dato obviado. El archivador metálico languidece en una esquina, testigo de su propia inutilidad. Al menos sobre el reposa un catus pequeño y redondo.
Nadie organiza los documentos del detective cuando los deja tirados a su paso.
Hay una botella de ron, con dos vasos anchos y bajos cubriendo los flancos. Pueden verse las huellas dactilares ya impresas sobre la superficie de cristal de uno de ellos. El borde del otro está dibujado por una línea gruesa y basta de carmín de labios rojo. Única prueba del paso de una mujer por el despacho del detective. El detective podría haber limpiado el vaso, es lo único que limpia. No lo a hecho para no ahogar el recuerdo de unos tacones, unas pantorrillas y unos labios nacidos en la oscuridad.
Nadie bebe con el detective.
Una gabardina raída, vieja y arrugada ya no merece ser sacada a la calle. Se oculta, como el detective, en la semipenumbra del despacho, esperando tiempos mejores.
Nadie limpia el despacho del detective cuando éste se ausenta.
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