Había querido ser modelo.
O actriz.
Incluso había ahorrado para operarse la nariz y así parecerse a Claudia Schiffer. Una nariz respingona y perecta. Su abuela había sido alemana y ella era rubia natural. Un par de centímetros más de estatura y un poco más de tiempo y lo habría logrado. Su padre se enfadó muchísimo cuando ella dijo que iba a la capital a robar el corazón de los diseñadores con talento.
Había dejado de hablarle. Era tan joven.
Ahora pensaba que era una suerte, no sabría como contar su historia.
Tenía un apartamento pequeño que daba al canal y una bicicleta de segunda mano.
En la escuela de modelado no habían apostado por ella y la ciudad vibraba demasiado para su educación provinciana. Sin amigos, la meca de la libertad se convierte en un laberinto. Días, semanas y meses de soledad acompañada. La carcasa de porcelana a punto de quebrar y la bicicleta cada día un poco más oxidada. De haber insistido un poco más habría sido una buena modelo. Si hubiera esperado un poco más no habría podido interponerse ninguna frontera a su paso. Pero de nada servía pensar en ello.
Demasiado lista para no luchar y no lo suficiente para verse en perspectiva. Manos gordas y flacas perdidas en sábanas que imitan seda. Olores y más olores. Vino blanco en una copa rallada.
Ya se había perdonado. Al final no había sido tan dificil. Había aprendido una cosa, a ser indulgente y olvidar.
Olvidar todo lo que hiciese falta.
Había querido ser modelo.
Se había quedado en maniquí, enmarcada por tercipelo rojo e iluminada por un cartel de neón en la ciudad de la libertad.
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