
Marc Chagall, El Paseo 1917
Le había prometido la luna.
Pero de verdad. Sin eufemismos.
Se la daría. Ya solucionaría los detalles.
Se la regalaría por el aniversario. Toda para ella.
Especialmente la cara oculta. Los selenitas serían sus súbditos.
No se encomendó a Dios o al Diablo. Todo se consigue con fuerza de voluntad.
Lanzó una soga y no la atrapó. Fabricó el mayor imán posible pero no era magnética y allí se quedó.
Pero si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma. La ilusión mueve montañas.
Con nueva perspectiva desafió la gravedad. Se llevó un picnic en una cesta.
Iban los dos preciosos, impolutos y ansiosos por transgredir la ley física.
Bebieron vino, y después de la siesta ella se sintió algo más ligera.
Saltaba cada vez más alto. La falda se meneaba sobre la brisa.
Él la sujetaba como un globo. La luna estaba más cerca.
A través de la felicidad de ella, él también fue liviano.
Saltaban los dos sobre la hierba. Sobre las nubes.
Suaves y esponjosos. Sonrientes.
Le había prometido la luna.
Se la regaló. Para los dos.
Para ella.