miércoles, 20 de febrero de 2013
Paredes, sillones y marcos
Ha pintado las paredes de gris,
un gris de muro de ciudad vieja
con vetas anaranjadas.
Ha colocado un sillón azul oscuro
que refleja la luz de la televisión
y permite que el murmullo reverbere.
Todo mezclado, los cuadros, los muebles.
Todo lo de siempre, tan repetido
que ya no huele como solía hacerlo
Y todo tan grave como una rendija mal cerrada,
un pijama raído o una tarde dormida.
viernes, 1 de febrero de 2013
Conclusiones de un bigote belga
martes, 25 de diciembre de 2012
Un iglú sin vistas
en el que quepa un Dodo,
no mucho más grande
pero con pasillos y escaleras
en los que esconderse.
Quiero un iglú
sin ventanas ni puertas
con un libro de hielo
y páginas afiladas.
Quiero un iglú,
mejor en el norte
mejor en invierno
mejor cuanto más pronto.
viernes, 1 de junio de 2012
He visto cosas...
martes, 3 de abril de 2012
Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto.
domingo, 29 de enero de 2012
Una (im)probable historia de Miguel Roig
Creo haber encontrado el patrón de una historia compleja entre la infinita maraña de ideas de la cabeza de Miguel Roig. Como un astrónomo, busco coherencias fractales en la explosión de caracteres de las paredes. Estoy casi seguro de tener entre manos la primera constelación mental, aunque no soy capaz de determinar en qué punto se fusionan los recuerdos y la imaginación. La historia, sencilla en argumento, es en realidad reveladora de alguna de las pulsiones y entresijos que bien pudieran haber conducido a la explosión craneal.
Espero que del análisis y descubrimiento de una serie de constelaciones mentales pueda llegar a explicar un suceso que sigue pareciendo demasiado grotesco para ser estudiado con seriedad.
He unificado las ideas en una serie de categorías complejas que forman un árbol de subcategorías, tales como tema, tiempo verbal o tono.
La primera coherencia es la que he dado en llamar Constelación John Fante. Ideas como Fante, Kerouac, Bukowski, Los Ángeles, asco, leer, edad, etc, etc se conjugan en una idea con sentido tanto narrativo como interno.
Trataré de narrar los hechos con la mayor fidelidad posible a las anotaciones.
Hoy he comprado un libro de John Fante con las tapas amarillas y sabor a limón agrio. De vuelta a casa una página salió volando y emigró a tierras más cálidas. Lo leí sentado en una silla de cocodrilo con un guacamayo sirviendo Bloody Marys. No me gustó. Me hirió. El prólogo de Bukowski era mejor que el contenido y emitía sonidos de Los Ángeles y lloraba tinta verde.
Me recordó al pasado, a Kerouac saltando de un tren y a En el Camino pero los pasos eran sobre barro húmedo y asqueroso. No soporté el peso de las palabras repetidas y manidas que venían de un pasado sobreescrito a apabullarme con frases que ya había superado. Una hoguera con olor a vino tinto crepitaba pidiendo una mano perdida.
Sentí el asco de no sentir lo que ya había sentido.
Lo intenté leer una y otra vez. Pensaba que podría avanzar pero el túnel se había vuelto una espiral de agujeros negros y cada página era igual a la anterior pero distinta a la siguiente. El amarillo de la portada tenía motas blancas...
Es imposible determinar el momento en que una historia deriva en otra, pero sólo con estos datos pueden extraerse algunas conclusiones interesantes.
Miguel Roig concebía la vida como una especie de vaso de agua tendente a la saturación. Todas las adiciones hechas existiendo espacio libre en el vaso son bienvenidas, sin embargo las que llevan a rebosar contenido crean una nausea intelectual y emocional por no contar con un mecanismo efectivo de desagüe. En este caso concreto, la lectura de la generación Beat crea en Miguel Roig la sensación de que cualquier otra escritura similar ocupa un espacio mental no contenido en su cráneo, aumentando la presión, eso sí, en valores casi microscópicos.
Sigo investigando constelaciones a la espera de un conocimiento más profundo.
lunes, 23 de enero de 2012
Los males menores
En el año 2046 se produjo un cambio muy sutil en el núcleo de la tierra. Nadie se percató de ello hasta años después. La fuerza de la gravedad habla descendido casi imperceptiblemente. La tierra perdió en el transcurso de un par de micras de segundo una minúscula parte de su fuerza atractora.
Sólo hubo una modificación sustancial de la estructura vital (se extinguieron varias especies marinas de profundidad, pero nadie reparó en ello), el peso de las circunstancias se redujo drásticamente afectando principalmente a los recuerdos malditos y las obligaciones vencidas. Hay quien se descubrió parcialmente liberado y quien no sintió cambio alguno en su rutina diaria. Un hombre acudió desnudo al trabajo y cuando le increparon por ello sólo encogió los hombros en un acto displicente.
El profesor Johannes Fritsch lo explica así:
La inexplicable mutación, cuyas magnitudes son del orden de ridículas, afecta solamente a los elementos terrestres que carecen de masa tangible. Así es incapaz de suponer cambios en las menores motas de polvo o los átomos más dispersos.
Tras muchas investigaciones he descubierto que únicamente las circunstancias aglutinan las características adecuadas para ver su naturaleza determinada por el cambio. Los cuerpos pesan, la materia pesa, pero las ideas solo están atadas al ser humano por un fino hilo gravitatorio. Ese es el motivo principal del abandono de la carrera espacial, la potencial deshumanización gradual proporcional a la separación de la tierra.
Por ahora el cambio no tiene potencialidad para resultar problemático. Simplemente constataremos algunas modificaciones en las escalas de valores y algunos procesos de amnesia autoinducida. No es buena época para firmar hipotecas conjuntas.
Solo existe una posibilidad de desastre. Un segundo impacto. Otro descenso de la gravedad de similares proporciones quebraría totalmente la unión entre el peso de las circunstancias personales y el ente humano en si. El resultado supondría un salto evolutivo hacia una nueva especie amoral y hedonista.
Afortunadamente, si en 4.600 millones de años no presenciamos un evento similar, es probable que no se repita al menos en los próximos 80 años. Esto nos libra de todo mal.